Misterios de la hermandad pitagórica

No hay sabiduría donde no hay amor, y no hay amor sin luz. Esta luz, tan mágica y misteriosa para muchos, sólo nos toca cuando nos mostramos desnudos de preconceptos, miedos y deseos delirantes.

El tonto siempre buscará la verdad fuera de sí mismo y nunca la encontrará. Se unirá a los mejores grupos, obtendrá los mejores libros, hablará y vivirá con los humanos más sabios del planeta Tierra y permanecerá siempre ciego.

Dios elige verdaderamente a los iluminados y los hace iluminar con la nobleza de corazón. Uno debe trabajar por su propia salvación, promoviendo los mejores valores, para llegar a la luz y para que la luz lo toque.

No se puede encontrar el amor sin altruismo, no se puede encontrar la verdad sin la aceptación de la ignorancia y no se puede encontrar a Dios con un ego egoísta y tiránico. Quienes rechazan estas leyes, se rechazan a sí mismos, porque, en su ignorancia, persisten en un camino que les trae más delirios y más dolor. Como un mono salvaje, van de árbol en árbol, sin darse cuenta jamás de su naturaleza, sin aceptar que la conciencia, como una princesa, espera ser rescatada.

En efecto, tanto los malvados como los más dogmáticos son los que más lloran, porque no saben hasta qué punto son víctimas de sus propios engaños, hasta qué punto reflejan sus propios dragones interiores.

En su amor por la sabiduría, la Hermandad Pitagórica surgió en Europa como una luz para la palabra, para traer libertad y un estado de felicidad mucho más profundo. Y pocos son los que realmente entienden su valor. Con suerte, este trabajo le mostrará lo valioso que fue para la humanidad. En los siguientes capítulos se ofrece la oportunidad de comprender la relación entre belleza, arte, lógica, verdad y alma.